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HISTORIA DE LA

lentos y acompañados de lluvia, ra- nan en toda esta estación. Marzo es sin disputa el peor mes del año por las continuas tempestades y ventar- rones que se suceden. La mejor épo- ca es muchas veces el periodo de los meses de abril , mayo y junio, á lo menos son de menos temporales: los dias son mas cortos, pero no por eso dejan de parecerse á los de verano. Junio y julio tienen mucha analojía , aunque en este tiltimo se notan mu- chas- ventolinas de la parte de este. La poca duración del dia y el rigor del jFrio hac^n que sea este tiempo muy desagradable , pero es lamas apropósito para pasar á oeste, por- que casi todos los vientos son del es- te. En una palabra, los meses de ve- rano, enero y febrero, son los mejores para pasar del Océano Pacífico al Atlántico; y abril , mayo y junio pa- ra regresar al Océano Pacífico. En estos sitios se conocen apenas el re- lámpago y el trueno. Ráfagas violen- tas vienen del sur y del surdeste, anunciadas por masas de nubes y acompañadas algunas veces de nieve y piedra que las hace muy temibles. Las naves que salen del Atlántico para ir al gran Océano deben pro- curar alejarse mas de cien millas de la costa oriental de la Patagonia , tanto para evitar la marea alborota- da por las ventolinas del oeste que reinan en el este , como para apro- vechar la inconstancia del viento , <;uando está fijo en la parte del oeste. A pesar de todos estos inconve- nientes , el paso por el cabo de Hor- nos, tan temido por los antiguos ma- rinos , no es tan peligroso como lo supuso el almirante Anson. Dampier, Cook y otros navegantes han contri- buido á desvanecer el terror que ins- piraba este cabo de las tempestades: y Iqp viajeros modernos han acaba- do de disiparlo, pues todos están acordes en que las dificultades que ofrece el paso por el estremo de la Tierra del Fuego, no son mas que las contrariedades ordinarias en to- das las altas latitudes ; y que hasta los huracanes son como todos los que estallan en tal estación en los cabos. Sin embargo la derrota por el estre- cho de Magallanes es preferible , so- bre todo á causa de las calmas que ahorra á las naves que pasan al gran Océano.

ASPECTO DE LA TIERRA DEL FUEGO. —El almirante Anson, en su viaje al estrecho de Lemaire pintó la isla del Fuego con colores muy sombríos: Eero CkK)k, que la visitó después, atri- uye esta mala opinión á la estación en que estuvieron en ella sus predje- cesores. « Las alturas, dice, son muy notables, pero no pueden llamarse montañas, aunque se vean peladas ^us cimas. El suelo de los valles es muy rico y hondo , y al pié de cada colina corre un riachuelo cuya agua es algo rojiza, sin que deje de tener por esto muy buen gusto. » En la época en que Cook navegaba no ha- bía perdido aun su importancia el estrecho de Lemaire; así es que el capitán inglés pone mucho cuidado en la descripción de este estrecho , al cual da cinco leguas de lonjitud , indicando además todos los puntos que pueden guiar al marinero. Tank- bien vindica la Tierra de los Estados^ cuyo suelo no le pareció tan inculto como al almirante Anson. Dos años antes, el capitán AVallis, que se halla- ba reconociendo las costas del estre- cho de Magallanes , se espresaba en términos muy diferentes cuando ha- blaba de la Tierra del Fuego , bien qtie estuvo en el mes de febrero que corresponde á nuestro agosto. El contra maestre,áquien envió á buscar un fondeadero, «encontró, dice, muy horroroso y salvaje al pais que baña la costa; todo era montañas escabro- sas desde la base á la cumbre , sin el mas mínimo vestijio de vejetacion. Los valles no presentaban un aspec- to mas halagüeño ; hallábanse cu- biertos de profundas capas de nieve, escepto en algunos parajes donde había sido arrebatada ó helada por los torrentes que salen de las grietas de las montañas y se despeñan des- de las alturas, formándose y aumen- tándose con la nieve derretida. Estos mismos valles son tan yermos en los sitios donde no hay nieve como los peñascos que los rodean. Tales testimonios no son contra- dictorios mas que en apariencia, pues que conducen á puntos sitúa-