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HISTORIA DE LA

m<^ro imponen á los huéspedes un crecido tributo de tabaco , pan, fu- siles ó escopetas, pólvora, balas, y otros artículos á <iue son apasiona- dos. Cuéntase 4iue nabiendo aborda- do á la babia Gregorio la tripula- ción de un buque mercante in^és, en 1834, rehuso á los Patagones los artículos que deseaban. £1 capitán tuTo la malhadada idea desaltar en tierra : los indíjenas se apoderaron inmediatamente de su persona y le retuvieron prisione;x) hasta que ks fué entregado el continjente de.pan y tabaco. No és el único rasgo característi- co de los Patagones meridionales la confianza y la familiaridad, pues hay otro que no debe quedar en si- lencio: tal es aquella especie de in- diferencia y apatía que patentizan en todas las circunstancias en aue se escitaria vivamente la curiosidad instintiva de los hombres del Norte. Refiere el capitán Wallis que cuan- do hizo el viaje al estrechp de Maga- llanes, mandó llevar á- bordo mu- chos Indios y. no pudo despertar en ellos el menor sentimiento de sor- presa ». Les llevé , dice á todas par- tes del navio, y únicamente miraron con atención los animales vivos que teníamos á bordo, Examinaban con mucha curiosidad los cerdos y los carneros , y se divirtieron en estre- mo viendo Jas g|illinas de Guinea y los pavos. De todo cuanto veiansolo manifestaron deseos de nuestros vestidos, y un viejo Patagón fué el único que se determinó á pedirnos uno. Les ofrecimos cigarros puros, y aunque fumaron un poco, no de- mostraron en ello ningún placer. Les di carne de vaca, tocino, galle- ta y otras cosas de las provisiones del navio: comieron indistintamente de cuanto se les ofreció, pero no qui- sieron beber sino agua. Les enseñé los cañones , y no dieron señales de conocer su uso. Hice que se pusie- ran sobre las armas los soldados de marina y que ejecutasen parte del ejercicio , y á la primera descarga de fusilería se manifestaron nuestros Americanos sobrecojidos de espan- to y terror ; mas viendo que estába- mos de buen humor , y que ellos no hablan recibido ningún daño, re* cobraron en breve su alegría , y sin coninoverse mucho oyeron dos des- cargas mas. Pero prescindamos de pormenores para volver á entrar en lo jeneral y común á las tribus de lasdosrejio- nes. Creencia* relijiosas. Superstición ne/.-Encuéntranse entre los Pata^ nes , en materia de culto y de nocio- nes relijiosas , los disparates mas es- traños. Creen en la inmortalidad del alma , y seih^ntes á los anti- fuos pueblos del ríorte de Europa y los oue cubren todavía una gran parte ael Asia, se figuran un paraiso material, otra vida material en fin donde les acompañarán las mismas pasiones y necesidades. Como estos pueblos sepultan con el muerto, se- gún queda dicho , todo cuanto creen puede serie útil en el otro mun- do, y proporcionarle allá mejor re- presentación, adoran definitivamenr te un solo ser, que bajo el nombre de Achekenat' iCaneX , es alternativa- mente para ellos el jenio del bien y del mal, á quie;i consultan bajo es- tas diferentes invocaciones. Indican tener de. él una idea tan alta , que no le representan bajo ninguna forma, y se rien de nosotros , como de lás- tima, á la vista de los objetos de nuestro culto. Pero, cosa rara , tie- nen también su fetichismo: si en- cuentran un obstáculo le dirijen sus súplicas ; si esjjerimentan ó les ame- naza algún accidente físico, esto mis- mo se convierte para tellos en un ob- jeto de demostraciones relijiosas que constituyen un verdadero culto. Or- bigny cita un ejemplo singular so- bre esto. «Si viajan , dice , y pasan- do cerca de un rio divisan algunos troncos de madera arrebatados por la corriente, los toman per divinida- des maléficas , se detienen para con- jurarlos y les hablan en voz alta. Si por casualidad aquellos trozos ó troncos atraídos por un remolino del rio parecen arrastrados con len- titud y dando vueltas, creen los In- dios que se paran á escuchadles , y entonces prometen mucho pafa que les sean propicios, cumpliendo es- crupulosamente sus promesas. Sus