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HISTORIA DE LA

para que el primer jugador pierda dos. tantos, estando obiisado además á ir á buscarlo. Mas si el balón da en el cuerpo de aquel á quien se dirije , este debe cojerlo y arrojarlo á otro, sopeña de perder la partida. En este caso empieza el juego el capataz de la parte contrana. Las actitudes , las contorsiones y los ardides de que cada cual se vale para que el valon no le alcance, escita la risa y la alga- zara del partido opuesto , y la esci- tara en cualquiera que fuese es- pectador de semejante diversión. El juego de pilma^ en que tan diestros son los Indios , sin duda le inventa- ron por ellos para calentarse duran* te el invierno en las rejiones hela- bas que babitañ algunas de sus tri- bus ; pero causa admiración ver cómo pueden resistirlo aquellos at- letas en el mes de febrero , al medio dia, y con un calor escesivo. El jue- go del balón , añade el autor de este relato se conoce en todos los paises. Se ha visto efectivamente con el nom- bre de quatoroch en la provincia de Chiquitos , en Bolivia , donde este mego ha llegado á ser una justa re- nidísima y complicada , con sus jue- ces , clarines y timbales , numeroso concurso , y cuanto . puede real- zar. El Patagón es poco delicado con respecto á su comida. Con igual ape- tito come la carne estando cruda que estando cocida , particularmente la de yegua. Come bárbaramente , con suma gula , pero es capaz de sufrir un largo ayuno. La grasa y el sebo, cuanto mas rancios, son manjares mas apetitosos , así como la mante- ca mas crasa es el alimento esquisito de los Islandeses, y el aceite mas turbio el regalo de los Esauimales. Las armas ofensivas de los Pata^ gones se reducen á un arco y unas flechas. El arco, largo de cerca de una . vara , no tiene adorno alguno , y es de madera blanca, encorbado con fuerza por una cuerda de tendones de animales. Las flechas de madera, muy cortas, están guarnecidas por arriba de plumas mancas de aves .nuirí timas , cortas y tiesas, y la pun-^ ta con un pedazo de pedernal , ar- tísticamente cortado como un rejón, atado flojamente de manei*a qirr cuando se trata de sacarlo de la he- rida se desprende fácilmente del dardo. Le disparan con una habili- dad maravillosa. Hacen también uso de un venablo muy corto , y de una honda muy sencilla de cuero , con la cual arrojan las piedras á gi*an dis- tancia y con una destreza y tino casi sin igual. Pero la mas terrible de to- das sus armas es la que llaman bolas ^ 3ue consiste en dos piedras rédon- as de cerca de una libra de peso ca» da una, forradas de cuero , y atadas á los cabos de una cuerda de seis á siete pies de largo. Hacen uso de ella, teniendo en la mano una de las piedras , volteando la otra por enci- ma de su cabeza hasta que cobre fuerza bastante, y despidiéndola en^ tónces hacia donde quieren , con tal violencia y acierto, que se les ha vis- to dar con' ambas piedras á un tiem- po y á distancia muy considerable , ' en un hito ó blanco de una pulgada, á quince lineas de diámetro. De la misma arma usan también ^ como de un lazo, para la caza, en cuyo ca- so las bolas son dobles y aun triples , y las arrojan de modo que las cuer- das se enreden en las patas del ani- mal que persiguen , cojiendo así la res sin herirla. Hacen comunmente con hogueras señales telegráñcas, y por este medio se avisan á grandes distancias de los peligros que les amenazan. Esto mis- mo se practica en -un gran número de pueblos. Las armas defensivas son adecúa* das á los medios de ataque , contri- buyendo singularmente á volver di- formes y feos á los Patagones. El dia de le batalla permanecen casi desnu- dos , con su ceñidor dé cuero, del que cuelgan sus armas: pero los prin- cipales guerreros ó caudillos van es- jcudados de una armadura muy ori- jinal adquirida de los Aucas. Se em- bozan con una larga coraza de man- gas , que parece un camisón , com- puesta de siete á ocho dobleces de una piel flexible perfectamente cur- tida, pintada por arriba de amarillo con una ancha faja colorada sobre la línea divisoria, y el cuello levanta- do hasta la barba ^ cubriendo parte