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El canto de las sombras

ETEREA

Hombres-montañas que tocáis las nubes con el fragor astral de vuestra idea; espíritus fugaces de la cumbre.

Torres venosas, sentimientos alas, mirajes del latido, ojos estrellas, cóndores del amor y la esperanza.

Almas espumas, corazones astros que trazáis sobre el mundo larga estela. Luz de los siglos, de los pueblos faros.

Mentes caudales, expresiones llamas, cerebros hondos de la cima etérea que palpitáis bajo la testa calva.

Frentes airadas, pensamientos fijos de la impresión y la palabra férrea; heraldos de la ley y del destino.

Viajeros del cenit, sombras astrales que abrís del Imposible el muro-piedra, como las rocas, al erugir los mares.

Hombres-montañas, corazones cráteres, lampos del porvenir y de las eras, cerebros soles, ánimas volcanes.

¡Pasad! que como ardiente estrellería os váis dejando Vía láctea eterna en la noche profunda de esta vida.

¡Pasad! visiones de las níveas barbas, + hijos amantes de aquel Gran Profeta, que en la prédica azul de la Montaña

cual nuevos Redentores os contemplo, orientando la triste montonera con la cruz inmortal de vuestro verbo