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Ni otra corona que el agreste pino
Á tu terrible majestad conviene.
La palma y mirto y delicadas rosas,
Muelle placer inspiran y ocio blando
En frívolo jardin; á tí la suerte
Guardó más digno objeto, más sublime.
El alma libre, generosa y fuerte,
Viene, te ve, se asombra
Y al mezquino deleite menosprecia
Y aun se siente elevar cuando te nombra.

¡ Omnipotente Dios ! En otros climas
Vi monstruos execrables
Blasfemando tu nombre sacrosanto
Sembrar error y fanatismo impío,
Los campos inundar en sangre y llanto,
De hermanos encender la infanda guerra
Y desolar frenéticos la tierra.
Vilos, y el pecho se inflamó á su vista
En grave indignación. Por otra parte
Vi mentidos filósofos que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
Y de impiedad al lamentable abismo
A los míseros hombres arrastraban.
Por eso siempre te buscó mi mente
En la sublime soledad; ahora
Entera se abre á ti; tu mano siente
En esta inmensidad que me circunda,
Y tu profunda voz hiere mi seno
De este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡ Cómo tu vista el ánimo enajena
Y de terror y admiración me llena!
¿Do tu origen está? ¿Quién fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
No rebose en la tierra el Océano?

Abrió el Señor su mano omnipotente;
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dió su voz á tus aguas despeñadas,
Y ornó con su arco tu terrible frente.
Ciego, profundo, infatigable corres,
Como el torrente oscuro de los siglos
En insondable eternidad!... Del hombre
Huyen así las ilusiones gratas,
Los florecientes días,