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20 Margarita Eynerabide

CAPÍTUL IV

En la época en que comienza nuestra narración los campos de Artigas eran abiertos; no existían, los corredores de hoy. y el trayecto de Artigas ó la Cuchilla, naturalmente, á los campos de Ramírez, ó mejor aún, á la casa de su propiedad, se hacía cos- teando el río.

—-Es deliciosa la vista que ofrece éste con sus márgenes de espeso follaje.

Primero, el campo verde, con su manto de campa- nillas y margaritas.

Un monte de ceibos. rebosante de roja flor, des- orienta un minuto al viajero. Busca con la mirada la corriente mansa del río y no la encuentra. Nece- sita un paso... ¡Sí! allí está el gracioso puente de los ceibos. ¡Qué sensación agradable causa el ruido que produce el casco de los caballos sobre las pie- dras del rústico puente!

Y si se va á pie, ¡cómo agrada saltar de piedre- cilla en piedrecilla, y humnedecer la planta en la cris- talina agua que brota del manantial, e: tre los tron- cos!... A la derecha, á la izquierda... los añosos maderos, en ligeras ondulaciones, esconden la vida de un carapacho, y allí abre el capullo verde de esperanza que no muere, y revienta la flor escarlata como llama virtuosa que inciensa el ideal... Nidos de boyeros, entretejidos entre los gajos flexibles de la yerba del pajavito, que estrechan en increíble” abrazo; un primor, construíio von barbas de palo, suspendido de una ramita: fior de abigarrada cons-