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Estudios literarios.

constitucion delicada, nervioso con exceso, pero de alma noble y grande, y la energía de su carácter lo sostuvo y lo alentó basta la muerte.

Hasta aquí cuanto concierne á Demóstenes. Pasemos ahora al orador de la aristocracia. Comenzamos por declarar que no estamos animados de hostilidad contra Esquines, el cual pudo ser un grande hombre, y nosotros experimentamos por todos ellos, en cualquier bando que militen, la consideracion y el respeto de que Mr. Mitford parece no tener idea. Sin embargo, cuando leemos en su Historia de Grecia que el carácter privado de Esquines fué intachable, acude á nuestra memoria lo que éi mismo confesó en su discurso contra Timarco. Estamos dispuestos á cuantas concesiones sean posibles en favor de hombres que vivian bajo un sistema de legislacion y de moral diferente del nuestro: somos imparciales, y por eso mismo si vemos atacar á Demóstenes por ciertas inconveniencias de su juventud, que sólo se atestiguan por un adversario, ¿qué diremos de los vícios de una edad más avanzada, reconocidos y declarados por este mismo adversario? «Demóstenes, dice Milford, no tuvo nunca nada que decir en contra de Esquines.» No ha leido, por lo visto, Mr. Mitford el discurso de Demóstenes sobre la embajada, y ha olvidado además la historia que narra el célebre orador con tanta y tan terrible energia respecto de la brutalidad de su rival cuando se hallaba ébrio. Verdadera ó falsa, se contiene en ella nás que una insinuaeion, y nada es parle á exeusar la negligeheia ó la parcialidad del historiador que la ha dejado pasar en silencio. Esquines niega el hecho, se dirá; pero, contestaremos nosotros, ¿no ha negado igualmente Demóstenes la historia relativa á su apodo de la ju-