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La Grecia.

propia. Demostradas estas inexactitudes en órden á puntos de hecho, nuestros lectores podrán juzgar de la confianza que merecen las acusaciones que formula el autor en el cuerpo de su obra, tales como la siguiente: «La cobardía de Dernóstenes en el campo de batalla se hizo proverbial.»> Demóstenes pertenecia á la clase civil, y por tanto no era su oficio la guerra. En su tiempo comenzaba á Bjarse y á establecerse la separacion entre las funciones civiles y militares; pero aún se mantenia vivo el recuerdo de aquella época en la cual todos los ciudadanos eran soldados. En una sociedad organizada de este modo, los hombres que se consagran á profesiones sedentarias son tenidos en cierto menosprecio; pero no es posible admitir sin reservas mentales el que un jefe de la democracia ateniense «careciera de valor personal» hasta el punto que indica Mr. Mitford. ¿Qué guerrero mercenario de aquel tiempo expuso su vida á peligros más grandes y continuos que Demóstenes? ¿Habia en la batalla de Cheronea un solo soldado que tuviera más razones de lemer por su vida que el orador, que en el caso de una rota no podia esperar cuartel, ni del pueblo extraviado con sus discursos, ni del príncipe contra quien habia luchado? Por otra parte, ¿no hubie ran sido eficaces las fluctuaciones del espíritu público á cerrar el palenque de las luchas poliucas á un cobarde? Isocrates, tan ponderado por Mr. Mitford, porque consagró en toda ocasion las flores de su relórica de escolar al servicio de la tiranía, se recataba por miedo de las asambleas políticas y judiciales de Atenas, y si hemos de dar crédito á una opinion generalizada, su odio á la democracia provenia de que nunca fué osado á presentarse en las reuniones populares. Demóstenes era hombre de