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La Grecia.

nes, ni en otras de mayor importancia todavía, cosa que debió hacer para no deducir consecuencias ilógicas, y sobre todo para no aventurar opiniones y conceptos equivocados. Además, mientras la pasion política le hace discutir y atenuar siempre las acusaciones que formulan los primeros historiado res contra sus tiranos favoritos, Pisistrato, Hippias y Gelon, copía sin vacilar las más groseras injurias de los autores ménos fidedignos contra todos los demócratas y demagogos; y como estas censuras no pueden formularse sin pruebas, escogeremos una que nos servirá para demostrar que Mr. Mitford ha desfigurado la verdad de los hechos voluntariamente, ó por negligencia cuando ménos.

Hablando de uno de los varones más eminentes que han existido, del famoso Demóstenes, lo compara con su rival Esquines, y dice: «Demóstenes adquirió en su primera juventud un sobrenombre injurioso con sus modales y su manera de vestir afeminada.» ¿Ignora Mr. Mitford que Demóstenes negó victoriosamente el cargo, y que explicó de muy diverso modo el origen del mote?[1] Y si lo sabe, ¿por qué no lo ha dicho? Luego añade: «A su mayor edad, es decir, á los veinticinco años, con arreglo á la ley ateniense, mereció ser apellidado de otro modo no ménos injurioso, á consecuencia del litigio que trabó con sus tulores y que se consideró por todos como una tentativa no nada honrosa para obligarlos á darle dinero.» En primer lugar, Demóstenes no contaba entónecs veinticinco años, sino es veinte; y en segundo, un libro tan popular y generalizado como lo es la Arqueología, del arzobispo Polter, reza que los ciudadanos atenienses eran ma-

  1. Véase el discurso de Esquines contra Timarco.