que deben tener las relaciones de la vida real, si que tambien de la ilacion que debe existir áun en aquellas obras de pura fantasía y en las cuales solo aparecen brujas, gigantes, trasgos, hadas y encantadores; pero sus primeros capítulos atesoran cuanta dulzura es imaginable en la poesia pastoril, y cuanta vida y movimiento son posibles en la comedia: Moisés y sus anteojos, el Vicario y su monogamia, el pillete y su cosmogonía, el labrador que demuestra, con Aristóteles en la mano, que los parientes son parientes; Olivia, disponiéndose á la dificil tarea de convertir á un enamorado que no es muy buena persona, con el estudio de la controversia entre Robinson Crusoe y Viérnes; las señoronas y sus cuentos y enredos á propósito de sir Tomkyn y de los versos del doctor Burdock, y Mr. Burschell y sus pamplinas, han deleitado y divertido y hecho reir más que cuantas historietas y novelas y libros de mero pasatiempo se hayan publicado. La última parte, sin embargo, no es digna del principio, y á medida que nos acercamos al desenlace, á la catástrofe final, lo absurdo sucede á lo absurdo y los destellos de ingenio son más leves, más tenues, más fugaces y aparecen más de tarde en tarde.
El triunfo tan señalado que obtuvo Goldsmith como novelista, lo alento y quiso intentar el drama, escribiendo el Goodnatured Man (El hombre de buen carácter), obra que fué peor acogida por parte del público y de los actores de lo que merecia: Garrick se negó á representarla en Drury-Lane, y se puso en escena en Covent-Garden, en 1768. Así y todo le produjo 500 libras esterlinas, incluyendo en esta suma la propiedad del libro, es decir, cinco veces más que El Viajero y El Vicario juntos. La intriga de El hombre de buen carácter vale poco,