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Oradores atenienses.

que los discursos es necesario leerlos, poniéndonos en el caso de aquellos que los oyeron pronunciar; pues de lo contrario nos parecerá que chocan con las reglas del buen gusto y de la razon, del propio modo que si consideramos una pintura á mala luz se nos antojará, en vez de cuadro trazado con arte, cartel pintarrajado de cómicos de la legua; circunstancia que olvidan sin cesar los que critican las producciones del arte oratorio, al leer descansadamente, haciendo alto en cada línea, examinando y analizando cada argumento, y olvidando que el auditorio, al seguir al orador, iba, no tanto llevado como arrastrado por él con demasiada rapidez para apercibirse de los errores en que incurria, y de que carecia del tiempo material necesario para descubrir los soflsmas ó percibir las inexactitudes de lenguaje; primores artísticos, en suma, de razonamiento y de lenguaje que hubieran sido como si no fueran para ellos. Estos criticos nos ha cen el efecto de aquellos que toman en las manos un microscopio para examinar un panorama, y que exigen á los pintores escenógrafos la maravillosa y prolija perfeccion que tanto admira en los cuadros de Gerardo Dow.

El arte oratorio ha de juzgarse con sujecion á principios diferentes de los que se aplican á otras producciones del ingenio bumano; que si la verdad es el fin de la filosofía de la historia y el de esas obras que se llaman de imaginacion, pero que tienen con la historia el parentescp que el álgebra con las matemáticas, y el mérito de la poesia bajo todas sus formas consiste asimismo en su verdad, en la verdad que lleva á la inteligencia, no directamente por medio de las palabras, sino de una manera indirecta con el auxilio de la imaginacion y de las