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Petrarca.

lores, y las orejas desgarradas con el peso de los pendientes. Puede considerarse como regla sin excepcion que, en todos los géneros de literatura, no debe dejárse confundir la idea principal con los adornos que la acompañan, sino que, por el contrario, se distinga y separe de ellos del propio modo que en un cuadro se distingue la figura de Napoleon, por ejemplo, vestido del sobretodo gris y sin plumas en el sombrero, de su fastuoso estado mayor. En los versos del Petrarca no es posible determinar la idea que él quiere poner más de relieve, porque así lo accesorio como lo principal lucen de igual modo, pudiendo decirse que el amo de la casa viste una librea idéntica á la de sus criados y que no logra parecer como quien es, sino confundirse y desaparecer entre la muchedumbre de sus servidores. De aquí resulta que sus poesías no tienen luz ni sombras acusadas, que no hay primero ni segundo término, que semejan á los adornos y pinturas de los manuscritos orientales, donde abundan los colores vivos y fuertes, pero falta la perspectiva.

Hé aquí los defectos más notables de sus obras; y no hacemos referencia a los que la generalidad encuentra, porque aún son más visibles y aparentes; tienen muchos puntos de contacto con ellos, pero se les parecen como una mascarada al Campo del Paño de Oro; el oropel y lo falso reemplazan la riqueza verdadera, y en tales ocasiones se nos presenta como esas mujerzuelas que traen sucios los bajos y arrastran luengas colas de vistosa seda.

Cuando va por esa pendiente, si apura sus frasos y no halla cómo expresar sus pensamientos de una manera conceptuosa, supla con sutilezas metafisicas ó antítesis forzadas, con juegos de palabras ó detestables logogrifos. Su quinto soneto es en este