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Estudios literarios.

cacísima á extender la fama del Petrarca, cual es la del interes que han inspirado los sucesos de su vida, y que debió ser intenso y fuerte entre sus contemporáneos, cuando al cabo de cinco siglos no hay un crítico que no se halle bajo su influencia. Y en efecto, le corresponde el primer lugar entre los grandes hombres á quienes somos deudores del renacimiento del saber, constituyendo su adhesion apasionada á tan gran causa su título mejor establecido y más claro á la gratitud de la posteridad. Porque el Petrarca era fervorosísimo devoto de la literatura, que amaba con fidelidad extremosa y adoraba con fanatismo casi, viniendo á ser á manera de misionero que anunciaba sus maravillas y virtudes y excelencias á los pueblos más apartados, de peregrino que viajaba por extraños y remotos lugares recogiendo sus reliquias, de ermitaño que habitaba en apartado lugar para mejor y más reposadamente consagrarse á la contemplacion de sus bellezas, de paladin que libraba por las letras singulares com bates, de conquistador que traia uncidos á su carro victorioso la barbarie y la ignorancia, y que recibia en el Capitolio los laureles ganados en glorioso triunfo.

Nada puede imaginarse de más noble y conmovedor que aquella ceremonia. Los soberbios palacios y los pórticos que habian visto pasar los carros de marfil de Mario y de César, no existian ya sino es en ruinas y menudo polvo; las haces ornadas de laurel, las águilas de oro, las legiones y su constante griteria, los cautivos y los cuadros de las ciudades, todo esto faltaba al cortejo victorioso del poeta; ef cetro ya no lo empuñaba Roma; pero como áun conservaba y ejercia la influencia más poderosa del imperio intelectual, otorgaba la recompensa más