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Petrarca.

bre sus personas é implorar mejor la caridad pú blica; la cual emplea en ellos su conmiseracion y su dinero cuando haria mejor en cubrirlos de menosprecio y de vergüenza, por no ser merecedores los que tal hacen sino es de ir á galeras por tiempo indefinido. Pero este artificio, que suele dar buen resultado á los necios, presta indefinible seduccion á las obras que ya por sí mismas tienen mérito verdadero, debido á que siempre tenemos curiosidad de saber algo del carácter y de las interioridades de aquellos hombres cuyas producciones hemos estudiado con placer. Tal vez ningun pasaje de los poemas de Milton se ha leido con más insistencia é interes más vivo que los versos en que alude á su posicion; y es digno de ver el afan con que los críticos buscan en los de Homero algo que sea parte á dar idea de la suya. Quién bace la hipótesis de que quiso retratarse bajo el nombre de Demódoco; quién sostiene que él es y no otro aquel Femio cuya vida salvó Ulises. Esta inclinacion natural de los hombres sirve para explicar, en nuestro concepto, y en gran parte, la popularidad inmensa de un poeta cuyas obras no son otra cosa que la expresion de sus pasiones.

En segundo lugar, Petrarca no era sólo egoista, sino enamorado además, y las esperanzas, los temores, las penas, las congojas, las alegrías y los sufrimientos que él describia tenian su origen y fundamento en esta pasion, que ejerce más influen cia y cobra más fuerza que otra alguna en las imaginaciones. Aparte de esto, reunia olra ventaja, inmensa por cierto: la de ser el primer poeta amoroso que hubiera parecido desde que tuvo lugar la gran per turbacion que cambió no sólo el estado político, sino el moral del mundo. Porque los griegos, que