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XXIV

En efecto, la certidumbre de tener razon fué siempre el rasgo más pronunciado de su carácter, sin que por eso fuera hijo del orgullo y de la tenacidad, sino una como fe religiosa en el poder irresistible de la verdad y en los medios de hacerla comprensible á la inteligencia humana; una como plácida y robusta calma, que tenía su asiento en el espíritu, reposado y tranquilo, que se gozaba feliz en el espectáculo de los tiempos que vivia, de las glorias de su patria y de la suya propia tambien, y de la consideracion y del respeto que infundia su nombre dentro y fuera de la Gran Bretaña[1].

III

Ninguna lectura es más grata que la de los Esta dios de Macaulay, dice M. Taine[2], porque en poco tiempo se pasa de un asunto á otro, del renacimiento al siglo XIX, de la filosofía á la historia ó á la li-


  1. Buena prueba de ello fué la sensacion profunda que produjo en Inglaterra la noticia de su fallecimiento, el inmenso concurso de gentes que lo acompañó á Westminster, y la calidad de las personas que llevaron las cintas de su féretro, entre las cuales recordamos al lord gran canciller, al duque de Argyle, al presidente de la Cámara de los Comunes, al dean de San Pablo, al conde de Stanhope, á lord John Russell y á sir Enrique Holland.
  2. Histoire de la littérature anglaise, tomo IV, páginas 152-283.