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Dramáticos ingleses.

aquel modo á lord Toppington. En todo el libro se advierte un lujo excesivo de clericalismo, por que, demas de otras cosas, Collier no se contenta con pedir que la clase á la cual pertenece sea protegida contra la sátira sistemática y mordaz, sino que no quiere admitir en ningun caso que las personas ó los actos de los eclesiásticos se ridiculicen, no limitando estos privilegios á los ministros de la Iglesia establecida, sino extendiéndolos á los sacerdotes católicos y, lo que áun es más extraño de su parte, á los predicadores disidentes, á los imanes, á los brahminos, á los ministros de Júpiter y á los de Baal. Tanto es así, que censura á Dryden por haber puesto en boca del mufli, en Don Sebastian, algunas necedades, y á Lee por su irrespetuosidad con Tiresias. Pero el pasaje más curioso es aquel en que Collier muestra la extrañeza que le causan las poco reverentes observaciones que Casandra se permite en la Cleómenes de Dryden sobre el buey Apis y sus hierofantes; y las palabras aquellas que dicen: «Dios que pasta hierba, ó Dios alimentado de forraje,» y que se hallan verdaderamente en el estilo de ciertos pasajes del Antiguo Testamento, producen al teólogo cristiano tanto escándalo como hubieran podido producir en el ánimo de los mismos sacerdotes de Memfis.

Despues de haber hecho todas estas reservas y salvedades, lo que resta del libro tiene mérito no escaso, y tal vez no haya una obra de la misma época en que se puedan encontrar trozos de estilo tan perfectos y variados. Absurdo sería comparar Collier á Pascal. Sin embargo, no sabemos dónde podria encontrarse, sino es en las Provinciales, una jovialidad tan digna y tan bien armonizada con el carácter severo del autor, porque Collier era con-