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Lord Byron.

áun cuando hablaba con insistencia de su desprecio á la humanidad, y se jactaba de bastarse á sí propio con largueza, es lo cierto que en medio de los vaivenes de su vida no suministra una sola prueba del orgullo solitario é insociable que parecia tener asiento en lo más intimo de su corazon. Por eso nunca podríamos representarnos á Byron desaflando como Milton y Wordsworth las críticas de sus contemporáneos, devolviéndoles desprecio por desprecio, y trabajando sin vagar en un poema con la firme seguridad de que seria impopular, pero inmortal. Byron ha dicho por boca de uno de sus héroes, hablando de la grandeza política, que «quien quiera gobernar debe obedecer,» y da esta máxima como excusa de no haberse dedicado á la vida de los negocios públicos, olvidando que el poder ejercido por él en la república literaria lo alcanzó por medio de la servidumbre y del sacrificio de sus gustos personales á los gustos de los demas.

Byron fué hijo de su siglo, y lo hubiera sido asimismo de cualquier otro siglo en que hubiese vivido. Bajo Cárlos I hubiera sido más excéntrico que Donne; bajo Cárlos II la representacion de sus obras dramáticas hubiera sido saludada con tan estruendosos aplausos como las de Bayes ó Bilboa, y bajo el primer Jorge, la facilidad monótona de su versificacion y la elegancia de sus expresiones hubieran excitado envidia al mismo Pope.

Fué el hombre de los trece últimos años del siglo XVIII y de los veintitres primeros del XIX. En parte pertenece á la escuela antigua de poesía y en parte á la moderna: su gusto lo inclinaba á la primera; su pasion por la gloria lo inclinaba á la segunda; sus facultades lo hacian igualmente apto á lucir en uno que en otro campo, y su gloria vino á