común, completamente desnudas; el cuerpo untado con aceite de coco, frotado, hasta darle el pulimento y la brillantez del jacarandá; el motoso cabello, dividido en infinidad de crenchas trenzadas, que le dan á la cabeza la forma de un erizo encrespado,—sueltas todas ellas sin poderse mover más allá de su recinto.
A otro lado: mujeres blancas, entre ellas algunas georgianas y circasianas, nada limpias, también desnudas, completamente desnudas; pero, con esta diferencia, que aquí no están todas sueltas, estando algunas aherrojadas, porque, siendo feas ó contrahechas ó viejas ó flacas (los musulmanes prefieren las gordas, qué gusto) maltratan, como bestias feroces á las ótras,—diciéndoles el instinto que difícilmente saldrán del mercado, ó que, si salen, no será seguramente ni para embellecer el harén, ni para aumentar el número de las concubinas, sino para desempeñar sucios y nauseabundos oficios, de bestias de carga, en las casas de los judíos.
Imaginaos todavía dos retretes destinados á las obscenas inspecciones esotéricas, con unas como harpías en la puerta, con unos como en