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mismo residía en su persona, no podía el Favorito resistir la contradicción y, harto ligero para proferir amenazas, miraba con despectiva suficiencia cuantas contra su autoridad dirigían las vejadas regiones del antiguo Reino de Aragón. Recientes todavía los rigores que usara con los aragoneses Felipe II, hubiera juzgado Olivares indigno de la majestad del nieto de aquel gran rey el someterse á las exigencias de los catalanes y, sordo á los primeros rugidos de la tempestad, vino ésta á sorprenderle en instantes harto críticos, cuando en las comarcas flamencas é italianas ventilaban los viejos tercios con las armas en la mano cuestiones en que iban empeñados el honor de la prole de Rodolfo de Habsburgo y los sagrados intereses de la grey católica.

No se pueden regatear en esta difícil ocasión los aplausos al Conde Duque por el celo con que á partir de la revuelta del día del Corpus de 1640, se esforzó por enviar á la capital del Principado todas las tropas de que