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ENEIDA.
XXX.

»Y nadie ya la subterránea ruta
Pudo emprender á do el amor te llama,
Si ántes no desgajó la rica fruta:
La hermosa Proserpina esa áurea rama
Apropiada á su gloria la reputa,
Y es el obsequio que entre todos ama:
Segado el tallo, el gérmen no perece;
Retoña, y la áurea yema amarillece.

XXXI.

»Vé, y de alto en torno el árbol investiga
Con atenta mirada, y avistado,
Allá tiende la mano; que si amiga
La suerte rie, con sensible agrado
Al punto hará que el vástago te siga;
Pero si adusto te rechaza el hado,
No habrá fuerte segur ni ahincado empeño
Que el ramo aparte del materno leño.

XXXII.

»Mas ¡ah! miéntras al sacro umbral se inclina
Tu oido, atento al deseado indulto,
Un cadáver tus tropas contamina;
Fué tu amigo y le ignoras insepulto:
A honrarle ovejas negras vé y destina;
Su cuerpo vé á librar de odioso insulto;
Y así, en fin, á estas lóbregas moradas
Bajarás, no á vivientes franqueadas.»