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= —decía Jacobo, mientras miss Bella, mordiéndose los labios y las cejas fruncidas, contenía con las dos manos á una robusta jaca para la cual la «charrette» y los dos niños pesaban como una pluma.

Porque era ella la que guiaba; Jacobo, desposeído, la dejaba hacer sin una observación. Con gran asombro suyo, hacía tiempo que había renunciado á defender su privilegio contra aquella invasión.

Ella guiaba, y lo hacía tan bien como él; se había acostumbrado en otro tiempo en los alrededores de Melbourne, como no hubiera sido en los de Chicago.

La velocidad la embriagaba; bajo las arboledas, en el obscuro silencio de los bosques, aflojaba las riendas y excitaba al caballo con un chasquido de los labios; y en el gran trote se fijaba en su boca una sonrisa.

Jacobo, ocioso á su lado, estaba tentado por cruzarse de brazos como un lacayo bien enseñado, y jugaba con el bastón para ocupar las manos.

A veces, una ráfaga de viento echaba hacia él la cabellera de la muchacha y le anegaba la cara en una oleada de oro pálido. Era aquello muy dulce y él no se apresuraba á apartar aquel velo viviente y tibio; pero ella, irritada y nerviosa, le decía: —¿Cuándo va usted á acabar de lavarse la cara con mis cabellos? Eso es improper, querido.

Tenía pudores feroces y quería ser tratada como un muchacho y como un compañero.; un instante después envolvía á su víctima con tal radiación magnética de las pupilas, desplegaba en su actitud tales recursos de coquetería y de arte encantador, que hacía olvidar su edad y pensar en los lazos fabulosos tendidos por las magas para realizar metamorfosis.

Era compleja, doble, triple y más aún.

Según los días, las horas, el sol, la lluvia ó los sueños de la noche precedente, estaba triste ó alegre, bue-