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todas sus actitudes, en sus menores gestos y en sus menores palabras. Se complació en levantar de cascos á aquel muchacho de quince años y en conquistar aquel corazón nuevo. Le tenía bajo su mirada y no le soltaba; aquella mirada alternativamente aguda, incisiva, vaga, tan pronto tierna como seria, pero siempre llena de cosas, alucinaba é hipnotizaba á aquel pobre Vizconde, pálido y suspirante ante aquellas diversas influencias que le molestaban, á pesar de lo cual no hubiera cedido su puesto por un imperioy Sentía á veces extrañas cortedades, cuya causa era, sin duda, su verdadero origen; el medio, la educación la instrucción no le habían curado absolutamente.

Aquel día su enemiga del anterior, convertida en una hora en su más querida amiga, jugó con él, le revolvió el alma, le escamoteó la voluntad y le hizo su esclavo.

Permanecía ante ella entontecido y estúpido, sin atreverse á decir nada, mientras ella, apoyada en los almohadones del coche, contaba, con su voz cantante, excéntricas historias que, acaso, le habían sucedido.

Jacobo, milagrosamente humilde, se juzgaba muy inferior á la que había visto la extensión de los mares bajo el sol y las estrellas, y había recorrido tres continentes entre el estrépito de los trenes, siempre escoltada por algún peligro, á través de lo desconocido.

El Vizconde volvió de aquel paseo pálido, preocupado y poseído. A pesar de sus razonamientos, no conse guía dominarse. No tenía más que un fin y una esperanza el paseo del día siguiente, que miss Bella, en su generosidad y grandeza de alma, había prometido honrar con su presencia.

Se volvió á Valroy con el corazón hecho pedazos.

La pequeña Carmesy había logrado un buen desquite.

La joven comenzaba por él la conquista del país; el