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queriendo ser comprendida y obedecida. Una vez no hace costumbre.

La anciana presentó ceremoniosa y largamente al Vizconde la hija del Marqués, con títulos y cualidades, sin olvidar á los reyes de Irlanda.

Por una de esas salidas habituales de su caprichosa naturaleza, á Jacobo se le ocurrió encontrar á la pequeña Carmesy á su gusto y saludarla como á una princesa. Bella, halagada á pesar de todo, respondió graciosamente, y la señora de Reteuil se conmovió hasta llorar.

¡Qué lindos niños, tan dignos el uno del otro! Aquella gracia en el alba y aquella fuerza naciente se unían armónicamente. ¡Qué hermosa pareja para representar la más alta categoría social en alguna alegoría!

Esto era lo que pensaba la buena señora.

Los dos héroes estaban ya hablando con toda cortesía y habían olvidado su encuentro y las injurias cambiadas por sus ojos.

En este momento, en efecto, se aproximó el coche por debajo de los árboles, describió un semicírculo regular y se. paró delante de la escalinata. Entonces la de Reteuil se atrevió á proponer lo que en el día anterior hubiera considerado como un sueño imposible.

—Miss Arabela, ¿quiere usted venir al bosque conmigo?... Y tú, Jacobo, ¿quieres acompañarnos?

Y, para complemento de su alegría, ya grande, los dos jóvenes aceptaron sin hacerse rogar.

El coche echó á andar por la alameda, llevándose al trotecillo cochinero de sus caballejos á la de Reteuil y á Bella en la banqueta del fondo, y en la de delante á Jacobo de Valroy, que se dignaba sonreir.

Los dos enemigos estaban reconciliados.

Entonces aquella niña extraordinaria desplegó de repente los inagotables recursos de su coquetería en