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» Adelaida, una copita... Y tú, pequeña, toma tu gota.

Una hora después, el Marqués, completamente borracho, roncaba en su cama. La Marquesa, con los ojos brillantes, reflexionaba extendida en una de las mecedoras; y miss Bella, en pie sobre una pierna, como un ibis del Nilo, miraba por la ventana crecer lentamente las sombras sobre los árboles del bosque.

Unos días después, á las cuatro de la tarde, la de Reteuil vió llegar sola y á pie, cojeando todavía un poco, á la señorita Arabela de Carmesy—Ollencourt.

La anciana, pálida de emoción, dejó prontamente la ventana, desde donde contemplaba la extensión de su dominio, y se precipitó de sala en sala hasta la escalinata, á recibir á la noble visitante.

La encontró en el jardín en gran conversación con los perros, que le hicieron buena acogida, la llamó con los brazos abiertos y la recibió como una vasalla á su soberana. Bella aceptó gravemente los cumplimientos sin tratar de devolverlos.

Iba á dar las gracias á la de Reteuil por haberla recogido el otro día cuando estaba herida; era un deber que cumplía de buen grado, pero expresaba su gratitud con frialdad é indiferencia.

Traía la lección bien aprendida. Debía pensar continuamente en los abuelos de Francia y en los antepasados de Irlanda. Se dignó entrar en el gran salón, cuyas ventanas fueron abiertas para ella. El mueblaje era suntuoso, y había en las paredes cuadros antiguos de gran precio, pero Bella no vió nada ni pareció mirar nada. Es de gente de poco más ó menos el admirar las cosas en casa ajena.

Hundida en un gran sillón, con las manos juntas, su anciana amiga la escuchaba extasiada de tanta desenvoltura y de tanta juventud.

Preguntó por la Marquesa, y la muchacha le res-