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te, inspiradoras de esperanza y de grandes pensamientos, se puso elocuente al primer vaso.

Dirigiéndose á su hija lo mismo que á su mujer, pues comprendía que aquella niña, al crecer, se convertiría entre sus manos en un arma formidable, el objeto de una partida brillante, se explicó de este modo: —Es evidente que esa buena señora se arroja á nuestro cuello y se apodera de nosotros á la fuerza...

Dejémosla hacer... Conocéis, hijas mías, la situación tan bien como yo. Con lo poco que nos queda, dentro de un año no tendremos un céntimo. Se trata de rehacerse de aquí á entonces. En este país es posible y por eso hemos venido.

Hizo una pausa, bebió un trago y siguió diciendo con voz inflamada: —En el suelo feudal, donde mis abuelos se establecieron por fuerza, hicieron justicia y ahorcaron tanta gente, es inadmisible que yo, su único retoño, llegue á carecer de pan. El pasado salvará el porvenir; cuento con ello; pero, no lo olvidéis, sed siempre O'Brien y siempre Carmesy. Es nuestra única potencia. Todos estos noblezuelos de los alrededores, por ricos que sean, tienen pergaminos de tres al cuarto. Los Valroy son nobles de negocios, los Reteuil de toga, hasta el Imperio, cuando se unieron al corso, lo que, dicho sea de paso, no les sirvió de mucho. La señora de Reteuil es de nacimiento burgués, y se casó por su dinero con aquel último Reteuil que se mató de aburrimiento.

Todo esto no vale gran cosa en punto á antepasados.

Sin discusión, valemos más que ellos: hagámoselo comprender. No nos entreguemos sin algunos remilgos, á fin de hacernos desear. Cuando las amistades sean estrechas, yo me encargo de sacar el partido que más convenga á nuestro provecho. He dicho, hijas mías...