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como una aparición de leyenda; y en cuanto á la Marquesa, su madre, dijo: — Ah! Querida, si la hubieras visto en medio de sus ensaladas... Es bíblica, sí, bíblica», es la palabra.

Antonieta no protestó. Con un frasquito debajo de la nariz, no pensaba en nada, ni escuchaba siquiera.

Cuando Juan de Valroy conoció esta aventura expresó su descontento, pues creía que aquello era abrir la puerta á la explotación y trató á su suegra de vieja loca; pero esto era demasiado corriente para que Ne tuviera en cuenta.

En casa de los Carmesy también reinaba cierta emoción. El marqués Godofredo volvió de la pesca con una gran red al hombro; el día había sido bueno y había una buena fritada en perspectiva. Estaba, pues, de bastante buen humor.

Al entrar en la casa, dejó la pesca en la mesa y dijo noblemente: —Aquí está la comida.

El Marqués oyó con benevolencia el relato de aquella tarde llena de acontecimientos. El accidente ocurrido á su hija no le contristó gran cosa, pues no era hombre que se alarmaba fácilmente, pero las consecuencias que de él se deducían encendieron una corta llama en el fondo de sus ojos, de ordinario velados de misterio, Al oir que la de Reteuil había venido y se había deshecho en amabilidades, se frotó las manos y murmuró varias veces: —¡Ya pican!

Pero, mientras estuvo en ayunas, no tradujo sus verdaderas impresiones.

Depués de comer, cuando tuvo delante de él formadas en batalla las seis botellas de elixir reconfortan-