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—84co amo, el Marqués, su esposa sumisa dejó entrever que eran posibles y hasta deseables las relaciones entre las dos casas.

Cuando el coche se alejó, se cruzaron todavía cordiales despedidas en el silencio del camino desierto.

Aquella misma tarde, no pudiendo guardar para ella sola tan grave noticia, la de Reteuil se fué á Valroy. Jacobo la recibió en la escalinata y aquel amable nieto la felicitó sin tardanza.

—Conque recoge usted los bohemios por los caminos, abuela ?

Esta dió un salto, pálida de indignación y replicó duramente: —Jacobo de Valroy: esa bohemia desciende, por su padre, de los Cruzados del año mil y, por su madre, de los primeros reyes de la Irlanda. No está bien que te burles de ellos.

Jacobo no cedió y dijo con guasa: —La pequeña Carmesy... no está mal.

Y añadió repitiendo una expresión que había oído: —Esa gente descenderá de donde quiera; pero lo que yo sé es que ha descendido demasiado.

¡Qué sabes tú!—respondió la anciana decididamente encolerizada.—Cuando los encuentres en mi casa, lo que sucederá, de seguro, me harás el favor de saludarlos cortésmente. Si no tendré el sentimiento de decirte delante de ellos cuatro verdades. Ya lo sabes.

Para que la de Reteuil se atreviera á hablar de este modo á su señor nieto, era preciso que creyese tener mucha razón. Jacobo comprendió que el momento era malo, se encogió de hombros y se alejó.

Pero la nueva amiga de miss Bella pudo confiar sus entusiasmos á la condesa Antonieta, á quien todo interesaba lo mismo, es decir, nada. Pintó á la niña