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restaurada y bautizada con el nombre de Villa Rústica.

En el umbral, la de Reteuil respiró con delicia; en aquella inclasificable morada reinaba una atmósfera particular. Olía á tabaco de Oriente, á almizcle, á pimienta y á sándalo.

Mientras la madre lavaba la herida de su hija, la visitante por accidente pudo mirar á su alrededor.

Unos cuantos muebles raros, más exóticos que antiguos, guarnecían insuficientemente las vastas paredes de una sala muy grande que servía de comedor y de salón, según la hora y las circunstancias.

También había, colgados aquí y allá, trofeos de armas indianas, tambores ó escudos tomados á las tribus negras, arcos, mazas y hachas, armas primitivas de todas las razas torpemente estancadas en la infancia de las edades; delante de las ventanas había tres rocking—chairs que habían viajado, dos grandes y uno pequeño. En medio una ancha y larga mesa de ébano macizo, groseramente trabajado, estorbaba la circulación; debía de proceder de una choza de rey negro.

Pero la señora de Reteuil no pudo continuar su examen.

La Marquesa había abierto un armario y sacado unas cuantas botellas, cuyas etiquetas estaban consultando. Se podía leer en ellas: Gin, Whisky, Schiedam, Marc de Borgoña, Calvados, Cognac y otros nombres elocuentes venerados por los borrachos.

Por fin, se decidió por la botella de aguardiente gascón; vertió un buen chorro en un platillo, desgarró un pañuelo de hilo muy usado, en tiras regulares, las empapó en el alcohol y curó la rodilla de la niña de un modo hábil y casi sabio. Aquella gente no ignoraba nada.

La de Reteuil se quedó aturdida; tantas botellas, to-