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estatura, la marquesa Adelaida esperaba una explicación.

Arabela la dió á su modo, que era sumario: —Mamá, esta señora me ha encontrado en el bosque, herida en la rodilla, y me ha traído en su coche.

La de Reteuil saludó y sonrió con una cara llena de promesas. Si el Marqués hubiera estado presente, se hubiera estremecido de satisfacción como cuando veía en el río, bajo el agua transparente, alguna gran tenca alrededor del anzuelo.

Adelaida se inclinó, no sin gracia.

—Gracias, señora.

En seguida, cogiendo á su hija por mitad del cuerpo, la echó en sus brazos y le levantó las faldas.

—¿ Herida en la rodilla? A ver... á ver...

Examinó la herida y dijo después de un minuto: —No es grave... con un poco de alcohol se cicatrizará en seguida.

Adelaida cantaba sus frases con un fuerte acento inglés que no dejaba de tener su encanto.

La señora de Reteuil quiso enviar su cochero al castillo á buscar árnica, vendas y todo lo necesario para una cura regular, pero la Marquesa rehusó con un ademán suave y casi tímido: —Mil gracias, señora... es inútil... un poco de alcohol y estará curada.

—Pero al menos, ¿tiene usted alcohol?—preguntó ingenuamente la castellana.

Al oir esta pregunta, Adelaida volvió á sonreir, pero esta vez con una sonrisa de muchacho burlón, mientras Bella murmuraba con convicción sacudiendo sus bellos rizos: —Lo que es eso de seguro...

Las dos mujeres y la niña entraron en la cabaña, EN LA PAZ.—6