Página:En la paz de los campos (1909).pdf/80

Esta página no ha sido corregida
— 76 —

libre; y estas invitaciones, buscadas por la pequeña nobleza de los alrededores, eran bajamente solicitadas por la alta burguesía. Como en otros tiempos, en las carrozas del Rey, montar en el coche de la señora de Reteuil concedía á los escasos elegidos una patente de distinción.

Algunas veces también se iba sola en el gran carruaje á rodar silenciosa por las blandas rutas. Eran los días en que tenía malos los nervios, un poco de jaqueca ó cierta tristeza de alma.

Esos días no se presentaban más que dos ó tres veces al mes, pero se presentaban. Y en esta ocasión fué cuando le ocurrió una aventura que al principio la alarmó mucho, para colmarle después de abundante felicidad al realizar sus deseos.

Iba una tarde, á eso de las siete, al paso dormilón de sus dos caballos, uno blanco y otro negro, antiguos servidores envejecidos en la casa, y la de Reteuil, solitaria y melancólica, atravesaba una plazoleta bajo una bóveda obscura de hojas entrelazadas, cuando una repentina aparición la hizo estremecerse y levantarse de repente en los almohadones que acunaban su pereza.

En la orilla de un foso cantaba y brillaba en el verde una mancha roja; era la falda estrecha y corta de miss Bella.

La niña, sentada en el suelo, se tenía con las dos manos la rodilla derecha, que echaba sangre; la pequeña parecía sufrir.

La buena señora se quedó conmovida al mismo tiempo que ligeramente satisfecha por las consecuencias que eran de prever. La anciana tiró al cochero de los faldones de la levita, le mandó parar, y ordenó al lacayo que viniese á ayudarla á bajar.

Y se precipitó hacia la heredera de los reyes de Ir-