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» fectamente que su más próxima vecina, la castellana, los miraba sin aversión; pero seguía tieso en su dignidad, dejando madurar la breva y acechando la ocasión.

En aquella época la de Reteuil estaba muy sola en sus veleidades de cortesía respecto de los Carmesy. Su hija no se cuidaba de ellos más que de cualquiera otra cosa; el conde Juan los encontraba sospechosos y equívocos y olfateaba la industria y el merodeo; y, en cuanto á Jacobo, habiendo encontrado un día á Bella en el camino, hubo entre los doce años de la una y los quince del otro un bello asalto de impertinencia.

Iban el uno hacia el otro y sus miradas se habían encontrado de lejos; el joven, tan insolente como la muchacha y la muchacha tan obstinada como el joven, ninguno de los dos quiso bajar los ojos; y de este modo se encontraron de manos á boca, concentrando todas sus fuerzas en las pupilas y con ganas de morderse.

La chica murmuró: — Grosero!

Y él: — Saltimbanqui!

Después de aquello, las relaciones quedaron más violentas.

Pero la Reteuil tenía su idea, la cultivaba y no esperaba más que una oportunidad para ofrecer sus buenos oficios y declarar su secreta simpatía. Esa oportunidad no tardó en presentarse.

Tenía la anciana, entre otras manías, la de pasearse en coche al paso de dos jamelgos, todos los días, de cinco á siete, antes de comer, por los caminos del bosque. Hacía quince años que no había dejado de hacerlo casi ningún día.

Algunas veces convidaba amigos á este paseo, complaciéndose en tener «salón», según ella decía, al aire