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dro de coles vigilando con un ojo sus animaluchos y con el otro sus verduras. La noble heredera de un doble pasado de gloria, vestida con descuido con unas especies de sacos rectos de hilo ó de lana que llegaban á las rodillas, aunque la chica era ya grande, y con unos inmensos sombreros de paja recogidos en forma de capota, recorría los caminos ó permanecía sentada horas y horas en un montón de tierra, pálida de sueños y perdida en la contemplación de un horizonte que era siempre el mismo.

Así vestida, resultaba excéntricamente linda, desconcertante, loca, inolvidable; los muchachos la tenían miedo la respetaban. Era, además, arrogante, miraba á la gente de alto a bajo con sus ojos diabólicos y obligaba al saludo á las timideces campesinas.

Este trío, reunido al anochecer, apagaba sus fuegos á las ocho en invierno y en verano no los encendía.

Jamás salía ruido alguno de aquella extraña casa, donde todo se hacía en silencio; acaso sus habitantes no se hablaban.

Ahora bien, ese conjunto de antigüedad nobiliaria, de rareza de aspecto, de pobreza orgullosamente sufrida, al menos en apariencia, sedujo á la señora de Reteuil, siempre al acecho de sucesos nuevos para distraerse.

No hacía seis semanas que aquella gente extravagante vivía en el país, y ya la preocupaban hasta el punto de hablar de ellos continuamente. De este modo se informó en su provincia y en París, y, á fuerza de preguntar á todo el mundo, acabó por encontrar alguien que la respondiese.

No fué brillante la respuesta. Si en los tiempos fabulosos de los Carmesy habían sido puros caballeros, hacía un siglo por lo menos que su descendencia, caída en la miseria, no presentaba más que una sucesión de