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» ó porque su temido estandarte era rojo obscuro con la cruz de oro.

Ese apodo glorioso quedó en la familia, y cien años después figuraba en nuestros pergaminos. Los descendientes de los fogosos capitanes de Gauthier Sans Avoir le adoptaron como un título, y bajo esa apelación reconocida y legitimada crecieron en nobleza por el favor de los reyes y llegaron á ser condes y barones hereditarios.

Allí estaba la capilla, que contenía, todavía no hace un siglo, los blancos sarcófagos de los abuelos dormidos, aunque ya el castillo, incendiado en tiempo de Luis XIII, hubiera sido abandonado.

¡Evocad el pasado en un sueño!

Esta torre, de la que no queda más que los cimientos, dominaba el país y defendía el castillo; los edificios eran vastos, escarpados los baluartes, profundos los fosos. En esta fortaleza han vivido los míos respetados y orgullosos de su valor y de su fuerza.

Todo aquí no es más que polvo; ni el recuerdo siquiera subsiste. He preguntado, ya lo sabéis; nadie conoce nada de esas glorias de otro tiempo. Yo mismo he vivido en el extranjero hasta este día, porque así lo ha requerido el destino; sólo al fin de mi vida me es permitido pisar este suelo sagrado para mí.

Pero encuentro al hacerlo un amargo goce. El recuerdo de estas glorias, de estos poderíos y de estas riquezas muertas me consuela un poco de nuestra injusta decadencia y de nuestra miseria inmerecida.

Yo no sé si es verdad que las almas de los muertos pueden volver á la tierra; si es así, estad ciertas, Adelaida y Arabela, de que en este instante nos acogen, nos rodean y nos desean la bienvenida...

De tal modo y con este énfasis, Godofredo de Car-