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— 68—Y bien—le preguntó Garnache;—¿qué te ha dicho la selva?

Y el niño, orgulloso por su incursión en lo desconocido de los seres y por su iniciación en los ritos naturales, contestó con sonrisa encantada: —Me ha dicho que la ame, y así lo hago.

De este modo se encaminaba hacia la virtud por vías saludables aquel niño que llevaba realmente en las venas la sangre tumultuosa de los Valroy y de los Reteuil. Y el otro, el sustituido, el supuesto, el ladrón inconsciente, tomando prestada un alma á los que le rodeaban, iba, por el contrario, al encuentro de los desastres y de las divagaciones.

En los dos casos la herencia era mentirosa y los cerebros se formaban únicamente bajo la presión cotidiana y por el contacto habitual.

Jacobo se hizo un muchacho artificial. Admirado por los demás y por sí mismo, compuso su gesto, vigiló su voz y no se permitió ya ni un movimiento espontáneo. Y un inmenso orgullo acabó de desnaturalizarle.

Estando su padre siempre ausente y su madre sumida en lo más profundo de su tétrica apatía, fué Jacobo el dueño del castillo; todo se inclinó ante él y los criados adularon sus caprichos como único medio de conservar sus plazas.

Como era preciso, á pesar de todo, que aprendiese alguna cosa, siguió sin gloria los cursos de un colegio de la ciudad próxima.

Llegaba por la mañana guiando él mismo una ligera charrette inglesa y se volvía lo mismo por la tarde; aquello era elegante y de este modo esa vida le convenía.

Pero hizo más progresos en el arte de domar un caballo difícil que en las conjugaciones latinas ó en