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bebió vino en la misma botella y saboreó sobre todo su libertad.

Después se echó en el suelo, queriendo dormir un rato en lo más cálido del día. Y entonces comprendió las palabras de su padre. Con el oído en tierra percibió el ruido, ignorado por el hombre en pie, de los millares de animalillos que trabajan debajo de los espesos musgos y de las hojas caídas en antiguos otoños.

Era aquello todavía un cántico, un himno de reconocimiento á la vida. Las hormigas se llevaban pesos cuatro veces más grandes que ellas y una actividad incesante se manifestaba debajo de una hoja podrida, donde debía haber alguna cosa.

Si José hubiera tenido más edad é instrucción, hubiera reflexionado sobre la vanidad de nuestras empresas, tan locas como aquéllas, pero no sabía nada; el atavismo era para él letra muerta y limitó su esfuerzo á celebrar la potencia infinita del espléndido Universo.

La caída del crepúsculo completó su éxtasis con una especie de terror sagrado; el paso de la sombra á través del inmenso ejército de los árboles le alarmaba por sus sorpresas. Un rincón por aquí se obscurecía de repente, mientras que más allá persistía una vaga claridad.

Un poco escalofriado, salió á la carretera y saludó su rectitud amiga y tranquilizadora á través del misterio y del obscuro silencio de los bosques.

Después salió la luna, benévola y un poco suave.

Entonces se divirtió en ver danzar su sombra alrededor de él.

Cuando volvió al pabellón estaba impregnado de tomillo y de menta; y llevaba en el cabello todos los pimentados olores de la tierra libre y todos los agrestes aromas de las espesuras y de los campos.