Había querido seguir siendo bella para Jacobo, pensando, no sin razón, que los niños, como los perros, hacen por instinto mala acogida á los pobres de aspecto rústico.
Pero comprendía que era ya inútil tratar de agradarle; estaba harto de ella, y, linda ó fea, la separaba de él.
Berta, pues, renunció.
En tres meses, de muchacha de aspecto elegante, cayó de repente en el envilecimiento de las hembras campesinas. Peinada á puñados, vestida con un saco y los pies en unos zuecos, envejeció diez años en unas semanas. ¡Bah! Bien estaba de aquel modo...
Fenómeno extraño: los que la querían verdaderamente, la quisieron más así. Regino, el primero; en aquella mujer descuidada y apenas limpia, no encontraba ya la gran señora que en otro tiempo le asustaba, y suspiraba de satisfacción al verse libre de modales y de frases ante aquella mujer de su casa, en vez de la remilgada de antaño. Sus relaciones fueron más estrechas y más tiernas... ¡Que se discuta el amor después de esto!...
Sofía, á su vez, reconocía en la nueva Berta á su hermana, á su raza y á su sangre. La otra era una princesa á la que no se podía tocar. Esta, enhorabuena, era de la familia: «pingo y compañía...» José fué menos tímido ante ella y la respetó menos.
Berta abdicó en todos conceptos, y, huraña, se enterró en su casa ó vivió en el bosque huyendo de los hombres. Acechaba á Jacobo á lo lejos y se llenaba de él los ojos, pues no se atrevía á acercarse por miedo de los sofiones. Después se volvía á la espesura, andando á grandes y sordas zancadas por los musgos y las hojas secas.
En el pabellón del guarda se mostraba todavía ta-