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Tranquilizada así por Juan y por sí misma, continuó burlándose: —¡Qué bien le he dicho: «¡ es su hijo de usted!» Yo hubiera podido representar en el teatro; esta escena me la hubieran aplaudido.

Pero un momento después volvía á caer en sus angustias... El pequeño estaba mejor... Pero hay altos y bajos... ¡Y ese idiota que dice que le tiene bien !... Solamente una madre tiene bien á su hijo y ese niño no tiene madre... á su lado.

Jacobo, por fin, fué saliendo poco á poco de su mal y recobró gusto por la vida... Una mañana estaban sus perros puestos de patas en la ventana lanzando aullidos para llamar á su amo, y él les respondió con su silbido de los buenos días y mandó que les dejasen entrar. Fué aquella una hermosa fiesta. El niño salió de la cama adelgazado, crecido y con ojos profundos, en los que había más cosas.

La primera vez que Berta fué á acercarse á él, tuvo que dominar sus nervios para no desfallecer. Se arrojó á él como una fiera, le levantó del suelo y le cubrió de besos con locos sollozos.

Jacobo se defendió, descontento, se limpió los carrillos con su pañuelo bordado y manifestó su mal humor.

—Que seas mi nodriza no es una razón para ahogarme... Esas son maneras de campesino y no me gustan nada. En lo sucesivo, un poco más de ceremonia ¿eh?

Aquel fué su agradecimiento por cuarenta días y cuarenta noches de angustia, de ansiedad sin nombre, de espanto sin límites. A Berta se le oprimió el corazón, pero excusó al niño. ¡Qué sabía aquel pequeño !

Desempeñaba su papel de vizconde, y muy bien, por fortuna.