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—¿Quieres matarle con esos sustos?... Te ha tomado por la muerte y la verdad es que lo pareces...

Berta cayó á sus pies sacudida por los sollozos y diciendo frases incoherentes: —Vive... vive... Perdón... No podía... Está ahí, tan cerca... tan lejos... Usted comprende... No puedo...

El Conde se serenó, pero una vez más la extraordinaria ternura de aquella mujer por su hijo, le asombró y casi le alarmó.

—Sí, vive—dijo,—le tengo bien y no le soltaré...

Pero tú (la tuteaba sin darse cuenta de ello) ¿por qué sufres tanto por él?... José te preocupa menos... Cualquiera diría...

Humillada á sus plantas, Berta levantó la cabeza.

Su astucia de campesina y su audacia de mujer le dictaron la respuesta. Sencillamente y con la voz anegada en tristeza, replicó: —Es su hijo de usted...

La vanidad de los hombres es tan grande y tan generosa, que el Conde aceptó el argumento sin observación. Estaba convencido. Y con voz más dulce, añadió, levantando á aquella pobre mujer: —Vamos, Berta, hay que mirar delante de nosotros y no detrás... Vete... y no nos des más semejantes sorpresas. A Jacobo le salvaremos, no tengas cuidado.

Dentro de quince días comerá su sopa. ¡ Ea! vete...

La rechazaba, pero sin cólera y conmovido en el fondo de su corazón por aquella pasión persistente. La comedia había sido superiormente representada.

Vuelta á la espesura, bajo los negros árboles del camino, Berta tuvo una risa salvaje. ¡El imbécil!...

Amar á alguien que no fuera Jacobo? Sí, para eso tenía el tiempo. En fin, Jacobo estaba mejor, que era lo principal... Sí, le salvarían.