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privado de conocimiento, balbucía incoherencias y llamadas á Dios... á Juan le daban ganas de echarla, pero no podía. Y era para él un alivio, cuando, á los diez minutos de inútil presencia, se marchaba tratando de levantar hacia la clemencia divina sus brazos enflaquecidos, con un ademán de cuervo herido probando las alas.

Vuelta á su cuarto, con un frasquito debajo de la nariz, volvía á caer en su sopor y en su indiferencia.

Por otra parte, no razonaba y había renunciado á asociar los hechos y sus consecuencias. Aquel niño, al veía morir arrebatado por la fiebre, pocos minutos después, en un sueño brumoso, se le aparecía hombre y se pegaba un tiro en la sien delante de ellaque Así duplicaba los personajes según la ocasión y las necesidades de su tristeza, pero todo lo que imaginaba era, sin excepción, fúnebre y terrible.

Sus visitas al enfermo la sostenían en la convicción de una fatalidad encarnizada en la desgracia de su raza y le daban nuevo alimento para sus horribles ensueños. El cloral, el éter y la morfina dramatizaban y desmesuraban aún sus visiones; y de este modo ocupaba las lentas horas del día y las más lentas aún de la noche.

En otro orden de terrores más simples y más racionales, pero igualmente angustiosos, Berta sufría también torturas de agonía.

Daba vueltas sin cesar por los alrededores del castillo, acechando las idas y venidas, y algunas veces, á paso de lobo, como un criminal que trata de cometer un asesinato, se arriesgaba por la noche á llegar hasta las ventanas y si las persianas estaban abiertas trataba de distinguir en la penumbra del cuarto aquel cuerpecito echado en la cama y que llenaba para ella todo el Universo.