Página:En la paz de los campos (1909).pdf/55

Esta página no ha sido corregida
— 51 —

_ 51 mismo tiempo si el horrible destino exigía que él muriese.

¡Y era su madre, sin embargo!

En pie en el bosque, en medio de la alegría de la mañana, Berta confesaba su crimen y reivindicaba sus derechos. A su alrededor se deslizaba el sol á través de los árboles y se extendía en manchas claras; de cada hoja pendía aún una gota de rocío y el ruidoso pueblo de los cantores alados se desgañitaba en las cimas y celebraba la vida en transportes de éxtasis.

Y, de repente, tuvo Berta una rápida visión. Se vió á sí misma en aquel lugar llevando de la mano á un niño vestido de aldeano. Era aquel á quien llamaban Jacobo siendo José. Berta no le había entregado á un extraño y le había conservado á su lado. Toda la antigua historia no era más que un mal sueño. Era madre, poseía á su hijo y éste la amaba... Después, todo se borró y se encontró sola.Con la cabeza baja, tomó entonces el camino del pabellón del guarda, dejando detrás de ella su corazón, contra toda apariencia, y marchando á pesar suyo hacia su hogar, cuya llama se enfriaba en sus manos.

Aquel fué el primer día en que José Garnache pareció recobrar algún gusto por la existencia. El niño conoció á su gente y los sonrió á todos, pero Berta no manifestó ningún contento. Estaba distraída, lejana, con el cuerpo allí y el alma en otra parte. Garnache notó una vez más aquella indiferencia y su sencilla mente se contristó. El guarda resolvió querer doble á su hijo, ayudado por Sofía, que no deseaba otra cosa.

Durante el día, Berta no hizo más que inspeccionar y vigilar los dos caminos que se cruzaban delante del pabellón. De pronto sus ojos se pusieron fijos y angustiados, mientras sus facciones se anegaban en una