Página:En la paz de los campos (1909).pdf/54

Esta página no ha sido corregida
— 50 —

— 50han dicho... Y usted corriendo por los caminos... Vuélvase á su casa... Además, quién sabe si trae usted el contagio en las faldas...

Berta le escuchaba sin comprenderle, saltando de un pie á otro para buscar la ligera silueta de Jacobo entre los árboles. El Conde se impacientó.

—¿Ha entendido usted? Váyase de aquí.

La mujer juntó las manos y murmuró: —¡ Jacobo!

Su actitud fué tan suplicante y tan dolorosa la expresión de su cara, que el Conde, aunque no se explicaba tales extremos, respondió con más dulzura: —Jacobo se ha despertado con la cabeza un poco pesada... y todavía está durmiendo... Pero no es nada; puede usted estar tranquila.

Después, mirándola fijamente á los ojos, pronunció esta frase, que no tenía sentido preciso para él, pero que le advirtió á ella que debía ser prudente: —¿Sabe usted que es una extraña nodriza y una mala madre?

Berta balbució una vaga respuesta. Quería á los dos niños... al suyo más, por supuesto, pero al otro inmediatamente después... La mujer sudaba al decir tales blasfemias.

En cuanto estuvo sola entre la espesura, levantó los brazos al cielo y gritó llorando: — Jacobo! Jacobo!

i Las palabras del Conde le habían desgarrado el corazón.

¡Ah! el imbécil... ¡Que no era nada! ¡Nada, la cabeza pesada y el sueño invencible!... Así era precisamente cómo empezaba el mal... Berta lo sabía bien, puesto que había visto á José...

¿Qué iba á ser de ella si Jacobo caía enfermo? No podría verle, ni velarle, ni sufrir con él, ni morir al