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hubiera querido más si hubiera sido suyo; acaso menos, pues hubiera sido menos bonito y menos listo. Así lo pensaba ella y así lo decía.

Su ternura de bestia adicta se agarraba á aquel cuerpecito ardiente, que parecía volver á la tierra, y quería defenderle contra el mundo entero. Si el niño hubiera muerto, de seguro hubiera aullado Sofía, con el cadáver en los brazos, como una salvaje ó como una loca.

Pero, así defendido, aun faltando su madre, el pequeño debía vivir.

Berta continuaba sus expediciones y hasta las multiplicaba. Nada podía calmar su inquietud y todo la aumentaba. La situación empeoraba en la comarca ; donde antes había cinco casos, ahora había diez, y de los diez morían siete.

Berta estaba dominada por esa idea fija de día y de noche, al lado de José y hasta en los peores momentos; el viento de la desgracia empujaba la puerta del castillo. Jacobo estaba atacado. ¿Qué iba á hacer ella?

Impulsada por estas ideas, se levantaba bruscamente, presa de crisis nerviosas frenéticas, y no recobraba un poco de calma hasta que, en los alrededores de Valroy, las idas y venidas tranquilas de los habitantes del castillo indicaban la seguridad.

Un día, en una de esas visitas impulsivas, cuando subía la cuesta del castillo, alarmada ya por no ver á Jacobo y buscándole con los ojos, se encontró cara á cara con el conde Juan.

Hacía años que el Conde no la hablaba y hasta la evitaba, como á un incesante recuerdo de un pasado sin gloria que, acaso, le humillaba. El Conde la recibió duramente.

—¿Qué hace usted aquí? Su sitio de usted está al lado de su hijo, que se encuentra muy mal, según me EN LA PAZ. — 4