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el yugo, y los últimos pájaros apresuraban sus canciones.

Pasaron por una aldea, y en las puertas de las casas, escaladas por las parras, las mujeres sonreían al niño y saludaban al guarda. Por allí eran conocidos..y bien.

Ciertamente, el oficio era duro, pero tenía sus buenos momentos. Y Regino se esforzaba por explicárselo á José.

—Por mucho que digan, es ésta una buena vida...

Estar siempre fuera respirando el aire libre, que huele bien, viendo á lo lejos montones de cosas, mirando crecer el trigo y las avenas; y, después, los grandes paseos por los bosques, hablando consigo mismo, también son buenos. Más vale eso que estar con el trasero pegado á un almohadón de cuero, como los empleados de la alcaldía... Al menos es uno un hombre, que circula y se siente vivir... Un trago sabe mejor después de andar cinco leguas... ¡Que hay riesgos!...

¡Bah! No son grandes, sobre todo por aquí... Hay más ventajas que inconvenientes.

El pequeño aprobaba y no concebía más género de vida que el de su padre... Tenía impaciencia por crecer para tener él también el kepis en la cabeza, un saco en bandolera, una escopeta al hombro y polainas en las piernas, sin contar la placa de cobre en el pecho, insignia respetada y que da consideración. Sí, sí, quería ser guarda.

Pero aquel sueño le parecía demasiado alto é inaccesible, y así lo confesaba.

— Verdad? ¿Podré ser como tú cuando sea grande?

—Seguramente... Todos los Garnaches somos lo mismo; mi padre, mi abuelo... Hombres rudos; y tú, pequeño, harás lo que nosotros.

José abría unos ojos enormes y encantados ante esas