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épocas, en medio de olores de opio y de vapores de éter, al lado de una mujer extenuada, siempre echada y doliente, exagerando para desagradarle su aspecto de moribunda y sus actitudes de mártir.

En los primeros tiempos, recordando su antiguo amor, fué un enfermero suficientemente solícito; pero después vino el cansancio, el desaliento, y, por fin, la exasperación. Su vida estaba perdida estúpidamente, sin que nadie tuviese la culpa.

Vuelto á Valroy, se refugió en su hijo y quiso que fuera su consuelo; pero para un hombre de veintiocho años no era aquello suficiente. Durante dos años vivió rabiosamente, todo el día fuera, corriendo los bosques á caballo ó á pie, cazando, pescando en los estanques ó en el río, gastando sus fuerzas en todas las gimnasias y quebrantándose de cansancio para dormir rendido en su cama. De vez en cuando iba á la ciudad y algunas veces á París.

A todo esto los dos niños, Jacobo y José, habían crecido, estaban destetados, y mostraban tres dientes cuando bostezaban. El primero había vuelto á su castillo y el segundo hacía la dicha de Garnache «en su humilde albergue.» En aquella época, Berta iba al castillo á todas horas para que el niño se fuese acostumbrando progresivamente y sintiese menos la separación. Antonieta, entonces, acogía á Berta con lánguida benevolencia y sin manifestar disgusto, pues si tenía derecho á envidiarla por su salud robusta, no tenía nada que reprocharle y encontraba en ella una compañera de los tiempos en que eran muchachas é ignoraban los verdaderos y los falsos dolores.

Y el diablo, que siempre vela, hizo lo demás...

A todo esto, y antes de tener sobradas razones de quejarse, Regino no estaba contento de su suerte. Tam-