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Si la mujer de Regino Garnache seguía siendo coqueta y deseosa de agradar á los seis años de matrimonio, tenía sus razones, que ella y Juan de Valroy conocían...

En otro tiempo, cuando volvieron de su viaje al Mediodía de Francia, el Conde y la Condesa estaban melancólicos. Si Juan manifestó una alegría sincera al ver á su hijo, Antonieta permaneció más bien enigmática y le miró con una especie de repulsión desconfiada de todo su ser, asombrada, á pesar de todo, de no sentirse más conmovida al contacto de aquella carne que era la suya.

Era Antonieta una desgraciada criatura; de resultas del parto, se había quedado estropeada y enferma para toda la vida, y consideraba aquella impotencia como un castigo, por haberse casado á pesar de las manchas de su familia y de las trágicas herencias que llevaba con ella. Antonieta era incapaz en adelante de ser esposa y madre y resultaba un personaje fuera de la vida, sin papel, sin deber y sin derecho.

He aquí lo que su hijo le había traído ya... En cuanto al porvenir, sabido es cuáles eran sus temores, quiméricos, sin duda, pero artículos de fe para ella.

Aquel matrimonio, dislocado al año, debía ser era lamentable.

Con un hermoso nombre, una gran fortuna, y un exterior de elegancia y de distinción, aquellos esposos envidiaban á los aldeanos que pasaban del brazo con las aldeanas, en buen camino de continuar la raza.

Al lado de aquella eterna mujer herida, más herida que cualquiera otra, el conde Juan, á pesar de su buen humor, de su bondad natural, se ensombrecía y se agriaba. Era joven y robusto y se veía reducido á vivir, so pena de ser odiosamente acusado de indiferencia, en cuartos cerrados, caldeados en todas las