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Aquel matrimonio se iba haciendo ideal; Arabela tenía tres sortijas en cada dedo.

Satisfecho en su casa, el caritativo Gervasio pensó que era tiempo de ir á gozar un poco de la confusión de los demás. Un cuarto de hora después entraba en la inmensa granja donde seguían viviendo, menos dichosos que él, los Piscop y los Grivoize á secas.

Los encontró reunidos en el comedor y en plena excitación. Acababan de saber la notícia, pero por una boca vacilante y mal enterada.

Gervasio tuvo el placer de sacarlos de su incertidumbre.

—Sí, es cosa definitiva; el famoso barón llega dentro de ocho días (Gervasio inventaba para divertirse)... Un gran señor inmensamente rico, muy noble y muy orgulloso de su nobleza, que trae carruajes, caballos y grandes recovas para revolucionar el país...

Hay que resignarse á ocupar el segundo puesto; es un nuevo amo que se nos viene encima.

Anselmo reflexionaba; Antonín gruñía; Timoteo dejaba ver una sonrisa forzada; Hilario echaba espuma por la boca.

Pero los viejos, Piscop padre y los dos Grivoize, sentados en sus bancos, mirando al suelo y con las manos juntas, no manifestaban ni pesar ni despecho.

—Acaso sea mejor así—dijo Grivoize el menor en tono reflexivo.— Dónde íbamos á parar?... ¡Cuánto dinero enterrado !...

—Usted habla bien, padre—exclamó Hilario dando un salto, pero yo no pienso lo mismo. Tengo derecho á hablar, pues mi dinero no le debe nada á nadie.

Quería Reteuil y lo hubiera comprado si hubiera sabido...

—Bah!—dijo Anselmo ;—eso hubiera sido si nosotros queríamos.