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—¿Dónde?

—Allí, en el camino... estaba hablando con la Garnache.

— Berta?

—Sí, Berta.

Gervasio soltó un sordo juramento, pero después, aparentando calma, respondió: —Buen provecho les haga. Buenas tardes.

Gervasio volvió las riendas y se alejó. El espía voluntario se quedó riéndose silenciosamente. Piscop pensaba: —Ahora habla con Berta esa loca... ¿Qué estarán fraguando las dos? Esto es nuevo... hay que ver.

Trescientos metros más allá, una criada de la granja desembocó por una senda conduciendo las vacas; el caballo de Gervasio se asustó en la penumbra, sorprendido por aquel rebaño, y su dueño le sujetó vivamente; después interpeló á la muchacha: —No sabes siquiera conducir las vacas... ten cuidado, idiota.

Pero la idiota, mientras reunía su ganado, murmuraba palabras confusas: —Se conduce como se puede... No haría usted mal de guardar mejor á su gente...

—¿Qué estás diciendo?—respondió Gervasio, deteniéndose por segunda vez.

—Nada... se ve lo que se ve, se sabe lo que se sabe...

Y cambiando de tono, como si sus nuevas palabras no tuviesen relación con las precedentes, añadió: —He visto á su señora de usted hace un momento...

—¿Tú también?

—Se ha estado cerca de una hora hablando con la mujer del guarda... Parece que tenían muchas cosas que decirse...