da; pero Bella vibraba y era demasiado violenta para disimular.
Soñaba con la venganza y hasta con la fuga... Pero ¿dónde y con qué dinero? Sus padres la acogerían acaso, pero sería con el único objeto de traérsela sumisa y arrepentida al soberbio esposo que la reclamaría. No había que esperar ayuda por ese lado.
Pensaba á veces marcharse sola llevándose un buen fajo de billetes de banco; pero Gervasio no era hombre de dejar á la vista papeles de ese género.
Por fin, en los últimos tiempos, Bella creyó que había sufrido bastante para afrontar el escándalo; se persuadió de que su amor á Jacobo podía salvar todos los obstáculos y decidió ir á él ya que él no venía.
Gervasio seguía riendo y preguntando noticias del cartero, del notario y del cura. Ella, entretanto, buscaba los medios.
Un día vió pasar á Berta y se le ocurrieron ideas que creyó ingeniosas.
Era legendario que aquella mujer se arrojaría al fuego por Jacobo, y con más razón se encargaría de todas las misiones que pudieran agradarle y de darle las cartas que hubieran de causarle placer.
Era aquél un mensajero seguro y confidencial, y Arabela se prometió bajar al camino y detenerla la primera vez que la viera pasar. Tanto peor si alguien sorprendía la conversación... En primer lugar no tenía en sí nada de sospechosa, y, además, estaba decidida á todas las audacias...
Berta no volvió á aparecer durante tres días.
Por fin el cuarto, á eso de las cinco, la miserable, con el cabello lleno de hierba y arrastrando los zuecos, se presentó junto á los muros de Valroy, que seguían sagrados para ella. Allí vivía un fantasma, la infancia de Jacobo.