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fesión de amar á Jacobo. El día en que echó de ver que cada uno de sus pasos era medido y que un ojo la seguía detrás de cada mata; que el más palurdo de los campesinos, cómplice de sus enemigos naturales, entornaba los ojos á su paso y la observaba mientras era visible; cuando comprendió que todo el país se declaraba contra ella y se aliaba con Piscop y con Grivoize; cuando vió que estaba sola y abandonada, hasta por sus padres, que querían vivir bien, Arabela aceptó la lucha y emprendió la batalla.

Las escaramuzas no cesaron ya entre ella y Gervasio, y como él no estaba en el castillo más que á las horas de comer, á esas horas era, sobre todo, cuando se empeñaba la acción, especialmente por la noche, que era cuando había tiempo.

¿Pero en qué emplear el día, tan largo y vacío?

Arabela vigilaba el camino desde el terrado, como Jacobo cuando era niño, siempre con la esperanza de ver pasar á aquel que ahora le complacía llevar en su corazón, únicamente por odio á otro más cercano.

Durante tres meses aquella esperanza no se realizó.

Arabela se admiró al ver que Jacobo no la buscaba.

¿La habría olvidado? No, el joven no poseía ese temple de carácter. Huía de ella más bien porque la temía, por no sufrir al ver á aquella mujer que era de otro.

Ante esta idea se encogía de hombros; su moral fácil no hubiera retrocedido ante ciertos acomodamientos. Era la mujer de un Piscop porque éste era muy rico, aunque ella no lo había notado hasta entonces; pero esto no era una razón para no ser amada por un caballero sin fortuna y distinguido por sí mismo, papel honroso para ella.

No sospechaba el estado de eterno extravío ni la monomanía creciente en que vivía su antiguo enamorado.

EN LA PAZ.—18