Página:En la paz de los campos (1909).pdf/273

Esta página no ha sido corregida
— 269 —

mancha que no ha merecido, pero que existe. Ya está hecho. Pero, después, todo habrá acabado para nosotros en la comarca.

—Entonces—dijo Garnache con la cabeza baja,― siento haber encontrado á usted... como es, para perderle... Pero qué va á ser de usted? Es un antiguo servidor el que se atreve á preguntárselo.

—Tú lo sabrás, Regino—dijo lentamente Jacobo,― y por eso te repito que os despachéis.

—Señor Vizconde—murmuró el guarda,—tiene usted todo el aspecto de pensar malas cosas; á los veinticinco años se puede rehacer la vida.

—¡ Bah! no vale la pena—exclamó el último Valroy—Reteuil con un ademán de cansancio.

Y dijo en seguida, pasando á otro orden de ideas: —Esta noche tenía gana y necesidad de volver á ver la selva que también ha sido mi nodriza... Hace tres horas que ando por aquí rodeado de fantasmas...

Con un poco de extravío, añadió: —Tu presencia los ha ahuyentado, pero dentro de un momento, cuando esté solo, volverán á venir...

Créeme, antiguo amigo de los Valroy: éste es el fin de nuestra raza...

Y, dicha esta frase, cuyo lúgubre sentido confirmaba las precedentes, Jacobo se separó bruscamente y emprendió el camino, haciendo un gesto con la mano que era un adiós y una prohibición de seguirle.

Garnache se quedó vacilante en la plazoleta, pero su respeto al amo le impidió correr detrás de él.

El guarda, una vez solo, encontró que la noche era más sombría y la selva más huraña; había luto en el aire y Regino sentía el corazón oprimido y el alma desamparada... Por fin, murmuró: «No puedo hacer nada y siguió su ronda por los bosques silenciosos.

¿Qué hacer? ¿ Y Berta? estas preguntas quedaban